Jerusalén celeste, Visión de paz dichosa,
De Cristo santa esposa, Radiante de esplendor,
Tu fábrica es divina, Son vivos tus sillares,
Y de ángeles millares, te ciñen en redor.
Ciudad del rey eterno, De perlas son tus puertas,
Continuamente abiertas Al mísero mortal;
Y en tu recinto moran Los que por fe se elevan,
Y el sello augusto llevan del verbo celestial.
Felices moradores, En ti perenne canto,
Profieren al Dios santos, Que de ellos se apiadó;
Y honor y gloria entonan Al ínclito Cordero
Que, amante en el madero, por ellos se inmoló.
Al mismo Cristo amamos y al mismo Dios servimos
Los que por fe vivimos, Ansiando a ti volar;
Y pronto gozaremos, Pasando tus umbrales,
Las dichas eternales Del suspirado hogar.