En el seno de mi alma una dulce quietud
Se difunde embargando mi ser:
Una calma infinita que sólo podrán
Los amados de Dios comprender.

CORO:
¡Paz! ¡Paz! ¡Cuán dulce paz!
Es aquella que el Padre me da;
Yo le ruego que inunde por siempre mi ser
En sus ondas de amor celestial.

¡Qué tesoro yo tengo en la paz que me dio!
Y en el fondo del alma ha de estar;
Tan segura que nadie quitarla podrá,
Mientras miro los años pasar.

Esta paz inefable consuelo me da,
Descansando tan sólo en Jesús;
Y ningunos peligros mi vida tendrá,
Si me siento inundado en la luz.

Sin cesar yo medito en aquella ciudad,
Do al Autor de la paz he de ver,
Y en que el himno más dulce que allí he de cantar,
Al estar con Jesús ha de ser:

Alma triste que en rudo conflicto te ves,
Sola y débil tu senda al seguir;
Haz de Cristo el Amigo que fiel siempre es,
Y su paz tú podrás recibir.

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