Aunque soy pequeñuelo,
me mira el Santo Dios,
Él oye desde el cielo
mi humilde y tierna voz.
Me ve de su alto asiento,
mi nombre sabe, sí,
y cuanto pienso y siento
conoce desde allí.
Él mira cada instante
lo que hago, bien o mal,
pues todo está delante
de su ojo paternal.