¡Cuán grato es encontrarnos
al ir a Jerusalén,
con los demás redimidos
por Cristo Jesús también!
Es como una brisa del cielo
que Cristo nos manda acá,
al cansado peregrino
que al cielo marchando va.

No hay ningún parentesco,
ni ninguna hermandad,
que alma con alma una
como Cristo y su verdad.
En Él ya estamos unidos
por la fe y el amor;
e hijos del mismo Padre
salvados por el Señor.

Los goces de este mundo
no tienen más atracción.
A los que son peregrinos
y tienen la salvación;
más al encontrarnos unidos
con los que son del Señor,
entonces es grande el gozo
que da nuestro Salvador.

Y cuando al fin termine,
la lucha tan cruel aquí,
entonces nos uniremos
con los amados allí.
Allá estaremos unidos
por toda la eternidad;
en la celestial morada
de eterna claridad.

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